Lugares de la memoria Torrelavega exposición de Damián Flores
Os dejamos también un vídeo de presentación de la exposición «Lugares de la memoria Torrelavega» realizado por nuestros amigos de Explainer Vídeo.
Nos complace presentaos la nueva exposición de Damián Flores titulada «Lugares de la memoria Torrelavega» que se presenta este próximo viernes 17 de Mayo a las 19.30 en la sala de exposiciones Mauro Muriedas.
Calle Pedro Alonso Revuelta, 5, 39300 Torrelavega, Cantabria
Estos son los cuadros que se presentan en la exposición «Lugares de la memoria «
El tren minero
Mario Crespo
El avance económico viajaba entonces en ferrocarril.
No había ensueño virtual de internet. La ganancia
estaba en los cargaderos reales. Manchaba. Olía a
salitre y escorias. Riberas de los ríos, andurriales de
marisma guardan su memoria.
Aún hoy el viaje cantábrico entre ciudades dura
horas sobre las traviesas de madera. En el mejor de
los casos, las viejas vías industriales se han
reutilizado como caminos para paseantes y ciclistas
entre fresnos, alisos y sauces llorones: ocio
insustancial y desnaturalizado de urbanitas rurales
sin más asideros que Amazon y el gimnasio.
Quedan puentes aislados que ya no van sino al silencio
«Chocolate de hacer», así pedíamos en la tienda de
ultramarinos el chocolate que elaboraba en mi
juventud el Horno San José, una modesta fábrica que
estaba entonces, como lo está hoy en día, en el centro
de la ciudad. Era un chocolate recio, basto, sin la
finura de aquellas otras tabletas de chocolate con
leche de marcas como Elgorriaga, por ejemplo, que
comenzaban a llegar a las estanterías de las tiendas
mejor abastecidas, pero, por alguna extraña razón y
aunque costaba morderlo, era mi preferido para
acompañar al pan de la merienda. Junto a aquel sabor
antiguo, no tan distinto, por otra parte, al del
Tachocao actual con el que desayuna mi hijo, resulta
inevitable asociar el olor, un olor que se extendía por
las calles adyacentes —calles anodinas que, sin
embargo, en mi memoria, siempre están bañadas por
una luz resiliente que percute en las fachadas de los
edificios— despertando nuestro apetito y con él,
nuestro sueños más exóticos. Pan y chocolate, una
costumbre que aun hoy no me ha abandonado, como
no se abandonan nunca del todo las cosas que dieron
forma a nuestra infancia.
Torrelavega 1930
Luis Salcines
Esta pareja de espaldas al espectador está mirando la
ciudad. ¿Quizás recordando después de una larga
ausencia? Parece que lo hace desde Miravalles, cerca
del cementerio. Los tejados de las casas, la aguja de la
neogótica iglesia de la Asunción, símbolo en cierto
modo de Torrelavega, ante sus ojos. A sus pies, entre
el arbolado, La Llama, lugar de encuentro en la ciudad
y plural en sus actividades. Allí se celebraban las ferias
de ganado los primeros y terceros domingos de cada
mes, se instalaban las atracciones de las fiestas de la
Virgen Grande y los circos. En un rincón de La Llama
se encontraba la bolera de Mallavia, verdadera catedral
del juego de bolos, con una saga familiar de grandes
jugadores. Ahora queda el busto de Federico Mallavia
como recuerdo de un espacio en la memoria.
Minas de Solvay
Mario Crespo
Regresaban los elementos más básicos. La tierra, el
agua, el aire, el fuego. Reconvertidos por el método
Solvay. No hay nadie pero es evidente que aquí
estamos todos. Reconozcámonos en los bordes.
Colaterales de la maquinaria insomne. En un margen,
aunque ocupemos el primer plano. En la sombra,
aunque guardemos algo de luz
Chimenea
Mario Crespo
Parece que la historia hubiese comenzado en ese punto
en que se decidió por una explotación más o menos
sistemática del entorno, una vía internacional de
progreso a través del hierro y la química. Sabemos que
eso no es verdad: en este mismo espacio hubo un
tiempo anterior a las revoluciones, hubo un tiempo
anterior incluso a los hombres. Desaparecieron la iglesia
parroquial y la torre del Infantado. Desaparecieron la
fábrica de curtidos del Corralón, el cine Avenida, el
Círculo de Recreo. Desaparecieron los palacios de los
héroes, de Ceballos, de Argumosa. Quedaron las
franquicias y una particular querencia por la privacidad.
Quedaron las oficinas bancarias, las gestorías, los bares.
Ni siquiera aguantó la industria el tirón industrial.
Fueron solo agujas de ladrillo. Ni más ni menos.
Traction Avant
Luis Salcines
Los dos edificios racionalistas parecen ejercer de
guardianes para dar paso a la carretera que llevaba a
Santander. Se ve a la derecha el inicio de los
soportales. De jóvenes era costumbre pasearlos de
arriba abajo una y otra vez. Los Portalones les
llamábamos. Ellos, los que se ven al fondo más otras
dos hileras fuera de la imagen, delimitan un irregular
cuadrado, la Plaza Mayor, corazón de Torrelavega,
donde tenían lugar los jueves los mercados
La fábrica parada
Rafael Fombellida
La factoría del fondo, en un porvenir hipotéticamente
lejano, será feudo arqueológico de ruinas sin belleza
ni prestigio. Ladrillos injuriados, malas hierbas,
hormigón reventado, techumbres derruidas, ventanas
arrancadas, vidrios cosidos a cantazos. Como una
encarnación de aquel poema que Jaime Gil de Biedma
dedicara a la Europa asolada de posguerra, «con la
luna asomando tras las ventanas rotas».
Comprenderemos entonces aquel otro poema que
José Luis Hidalgo vislumbró y tituló «La fábrica
parada», donde «el viento es el único que pasa por las
puertas». Visión apocalíptica, nadie puede dudarlo,
pero nada improbable por su degradación y la
agresión del Tiempo. Tuvo Torrelavega una
importante revolución maquinista, y el pueblo llegó a
ser «un pueblo rico, con lluvia e industria» como
escribió Ramón de Garciasol —fraternal, miope e
insurrecto— a un fallecido José Luis en su carta post
mortem.Tuvo Torrelavega. No está lejano el día en
que las chimeneas no sean más que «un pozo de
silencio clavado sobre el cielo». Nadie lo quiere, es
cierto, pero de suceder, esa menuda ermita
extrarradial hará tintinear su campanario eléctrico,
modesta y victoriosa, sólo por recordar que así
mudan las glorias de este mundo
El hombre fulminado
Mario Crespo
No va: vuelve.
No cuenta ya sus pasos por esta calle trasera exacta a
cuantas travesías traseras se pierden en el mundo.
Ángel con grandes alas de cadenas.
Nunca escribirá sus memorias. Pero siempre habrá
sido, como Blaise Cendrars, un hombre fulminado.
Amanecer
Rafael Fombellida
La ciudad pestañea con pupila agrandada ante la
claridad, esa insegura irradiación de la cual, desde muy
antiguo, sabemos que sus dedos son rosados. Y
asoman impermeables a las aceras, y ruedan bicicletas
hacia las uralitas de las fábricas, y van viniendo voces
lozanas a la plaza cantando anuncios y mercaderías. La
aurora va encendiendo la maquinaria costumbrista de
un caserío que, desperezándose, se propone pisar esa
dudosa, incompleta luz del día. Algunos preferiríamos
no despertar al alba, que tiene viso irreal, como si su
sustancia enmascarara la ilusión de la propia ciudad
nadando en un pasado indefinido; una visión fantasma
que trajera a las calles difuntos tablajeros, apolillados
sastres o capellanes incorruptos, en vez de convecinos
de costumbre. Si el mundo es fantasía creada por la
mente, como se ha sostenido, podría ser posible.
Pero no lo será. Y se van sutilizando las aristas, esas
asimetrías de Torrelavega. Con la llovizna calando la
iglesia Vieja, o el crepúsculo inverso asalmonado de las
amanecidas estivales. Sea del modo que sea, la
alborada descorre el cortinaje de lo que ha de vivirse,
el telón del espacio y el tablado del tiempo de esa
jornada que, como quiso Ángel González, habrá de ser
«el día incomparable que ya nadie nunca volverá a ver
jamás sobre la tierra».
El camino a casa
Rafael Fombellida
Que la vida va en serio es lo que el niño ignora.
Cuando caminan de regreso, Torrelavega es una
ampolla fría, maciza, condensada. El pavimento,
tajada de aluminio. Se percibe el clac-clac del
taconeo, pisadas urgentes insistiendo. Nada más, ni
ninguno. Un paseo acuciado hacia lo real. El niño se
engancha al carro del destino, será padre del hombre,
pero es un padre anómalo que hace visajes a nadie
mientras anda con trote descabalado. El mundo no
hace gracia. El de verdad. Eso el hombre lo sabe. Qué
desatinada utopía la del niño que simboliza el
porvenir. La del niño encarnando la promesa («…las
grandes esperanzas están todas puestas sobre
vosotros», escribió Jaime Gil). Con la capucha y su
inocente mutismo sólo escolta los trancos decididos
que le conducirán, a rastras de otra mano, a la apatía,
la escasez, el bostezo, el ensimismamiento. Escribía
Unamuno: «Cada vez que nos salta a la vista un niño
se nos van los ojos tras de él, hacia el mañana».
Unamuno escribía. Y el niño, zanqueando, ladeando
su cabeza por la inercia del caminar, ni siquiera
sospecha que la vida va en serio.
Cine Avenida
Luis Salcines
En los años cincuenta y sesenta, el cine era el espacio
de ocio y refugio contra el frío, lugar donde se
soñaba con las imágenes que proyectaba la linterna
mágica en la oscuridad de las salas. En Torrelavega
había cuatro cines. Uno de ellos era el Avenida,
situado en la Plaza de las Estaciones. Cuando el tren
de la FEVE llegaba a Torrelavega, un luminoso en la
pantalla indicaba que estaba entrando en la estación,
para que los espectadores que tenían que volver a sus
casas en él se enterasen. Los fines de semana se
llenaban con un público que encontraba en las
pantallas la ficción que les hacía por un breve tiempo
olvidar la grisura de unos tiempos difíciles. En esos
cines se fue conformando la afición del que luego
fuera el gran realizador torrelaveguense Manuel
Gutiérrez Aragón.
Iglesia del colegio La Paz
Mario Crespo
Querido Damián:
Lo que más me llama la atención de esta obra no es la
arquitectura en sí (pero conste que me gusta esa luz
crepuscular, ese detalle del edificio con el que te
quedas). Sé que sientes predilección por la
arquitectura moderna (y cuando digo “moderna” me
refiero incluso a la que es tolerable —Y no me vengas
con que de nuevo quiero pasar por alto la modernidad
de los modernos…—). Lo que me sorprende de la
iglesia es que el proyecto sea de Francisco Coello de
Portugal y Acuña (Jaén, 1926-Madrid, 2013), que
tiene nombre de pintor barroco, de confesor de
conquistadores en las Indias occidentales o de
espléndido poeta del Siglo de Oro. Resulta que este
hombre fue dominico y arquitecto. ¿No te parece una
mezcla tan surrealista como admirable? Es que además
estuvo en Alemania y se integró en el estilo
internacional de la vanguardia arquitectónica. Pienso
en él sin conocerle y me lo imagino entre la tradición
y la modernidad, conceptos tan trascendentales en la
historia de su Iglesia, entre el salterio y la Bauhaus. Me
lo imagino como un bretón venido a Santillana del
Mar con el románico internacional bajo el brazo y su
taqueado jaqués. Soportando las tensiones del
Vaticano II con los contrafuertes regóticos de Violletle-Duc. Y asimilando al hombre contemporáneo
post-Auschwitz con la desdicha del cemento y el acero
corten. Me imagino al P. Coello de Portugal tan fuera
de su tiempo que ha tenido que lanzarse a firmar las
propuestas más modernas del que ha sido el suyo,
para intentar encontrarse, desubicado.
Un abrazo.
Sombras
Luis Salcines
Dejabas atrás Cuatro Caminos, el nudo por el que la
ciudad se hizo tan conocida por sus monumentales
atascos, y te dirigías por la carretera del Norte hacia
Sierrapando, la estación de la Renfe y más allá,
seguías camino de Bilbao. Si te desviabas a la derecha,
llegabas a otro de los pueblos más emblemáticos de la
ciudad, Tanos. También a la derecha queda
delimitada una pequeña y entrañable plaza, la del 3
de Noviembre, más conocida entre los
torrelaveguenses como la Plaza de los Chones,porque
en ella se realizaba la venta de este preciado animal
los días de mercado, los jueves
Radio Ondas
Rafael Fombellida
La posguerra española ha popularizado el frío, la
penuria, el recelo y la radio. La ciudad se recoge a
rezar el latín de sus novenas, a musitar retahílas e
invocaciones. Pero también a darse el lícito consuelo
del bolero o la copla, la de «ya hemos pasao» o «la
farsa monea». A roer en el circo de las ondas
hertzianas el pan de los seriales o del fútbol, y Zarra,
y Manolete, y «Ama Rosa». A oír, alrededor del
receptor de válvulas, esa «Noche de marzas» de Radio
Juventud, o «Cuénteme usted su caso». 89.4 MHz.
Tarde larga y más larga. El halo cadavérico de la
corriente alterna. Antes de medianoche, los abisales
toques de la iglesia mayor de la Asunción.
Era Torrelavega un paradigma de existir provinciano,
mercados, ferias, trabajo, fútbol, misas y blanco de
solera, lluvia. Una peña de amigos, febrero en los
cincuenta, se ha detenido bajo el rótulo de Ondas.
Ondas, la fábrica de sueños. En tanta opacidad solo
su luz refulge. Ondas tiene la llave de las horas
dichosas. Ondas, con la letra de cambio, gran
invento, derrama en los hogares un caudal de ilusión
cuyo embeleso permite sortear el cepo de los hábitos.
Por eso serpentea su letrero, por eso tremola de
alegría. Ondas es la claridad que a todos falta, sin la
cual vagarían en noche sucesiva. Ondas abre los ecos
del tornadizo mundo, es sonido y sentido y
posibilidad.
Alguien asoma el rostro y, a través de la puerta, esa
lumbre de dentro quiere sentirse fuera
Iglesia San Miguel de Campuzano
Carlos Alcorta
Resulta indudable que todo fragmento de realidad está
sujeto a un tiempo determinado y a un espacio
concreto. En este caso, el tiempo es el de mi infancia y
el espacio, un solar que albergaba las ruinas de una
iglesia medieval y sobre el que se construyó, en la
década de los sesenta del pasado siglo, un innovador
proyecto arquitectónico, la nueva iglesia de san Miguel
Arcángel, san Migueluco, para todos mis convecinos.
Don Nicanor, el joven párroco —fallecido no hace
mucho— puso todo su empeño en levantar el diseño
del entonces también joven arquitecto Ricardo
Lorenzo. Era aquella una época que concitaba
mayores dosis de solidaridad que las que
proporcionamos ahora a nuestro semejantes, de
hecho, muchos vecinos, entre ellos mi padre,
contribuyeron con su esfuerzo a levantar
el templo. Estos son datos objetivos,
pero yo quiero hablar de lo que
recuerdo, de mi primera comunión
vestido de teniente de navío, solo
unos meses después de que la
iglesia fuera inaugurada, de la
asistencia vigilada a las misas de
los domingos con pantalón corto
reciñen planchado y una pajarita
—¿de dónde tomaría mi madre
esa costumbre?— que me
avergonzaba ante mis amigos, de
la cada vez más frecuente demora
en entrar a la iglesia
entreteniéndonos con cualquier
excusa que robara algunos minutos al
oficio, del Cristo hecho con varillas de
hierro suspendido del alto techo por unos
cables transparentes que parecía flotar sobre
el altar y cuya imagen reverberaba en mis ojos
mucho tiempo después de ingerir la simbólica oblea.
Quizá estas palabras estén creando el recuerdo, y no
al revés, quizá mi memoria haya mitificado las tardes
de aquel verano que pasé estudiando griego y latín
en la sacristía con otro cura, don Florián, al que
apremiaba con mi presencia para que acabara cuanto
antes su partida de mus. Quizá sea solo un ataque de
nostalgia lo que sufro cuando asisto ahora, con
motivo de algún funeral o de algún cabo de año, a la
eucaristía y veo los bancos casi vacíos y constato que
la edad de los feligreses aumenta año tras año hasta
que llegue el momento de que yo convierta en uno
de ellos.
La Virgen Grande
Luis Salcines
Probablemente la construcción de la iglesia de la
Virgen Grande significó la entrada de la modernidad
arquitectónica en Torrelavega. El sentido circular que
imprimió Luis Moya, su arquitecto, siguiendo las
ideas plasmadas en la Universidad Laboral de Gijón,
provocó que algunas personas se refirieran a ella
como la plaza de toros. Coelho de Portugal, Ricardo
Lorenzo y Luis Castillo más tarde enriquecieron el
patrimonio de la arquitectura religiosa de la ciudad
con un nuevo templo cada uno.
Modiano en Torrelavega
Mónica Álvarez Careaga
El lujoso automóvil de los años 50 o 60 nos sitúa en
esta pintura de Damián Flores en el periodo de
esplendor de Torrelavega, la ciudad en crecimiento
que atraía a emigrantes y creaba su propia aristocracia
local, integrada por comerciantes, industriales e
ingenieros.
Al fondo, la iglesia de Nuestra Señora de la
Asunción, monumental templo neogótico concluido
en 1879, que el inquieto párroco Ceferino Calderón
(1843-1923) encargase al prestigioso arquitecto
vasco José María Basterra (1859-1932). Pidió una
iglesia para 4.000 personas, donde la majestad y la
sencillez confraternizasen.
José Luis Hidalgo
Carlos Alcorta
Por el ventanal se filtra la luz ya enferma de la tarde
declinante incidiendo sobre la espalda del poeta que
aguarda no sabemos qué. Su gesto nos incita a pensar
que algo pasa por su mente, algo que le mantiene
absorto, con la mirada perdida, acaso un vago
relampagueo de un futuro impropio de su pasado.
Impecablemente vestido en su modestia, peinado y
rasurado con esmero pero ajeno a sí mismo.
Acompañado por algunos volúmenes que, a juzgar por
su grosor, no son esta vez de poesía. Nos atrevemos a
especular sobre su género ¿arte, filosofía? Novela no,
Hidalgo no era un gran lector de novelas, la novela que
le interesaba la llevaba dentro de sí mismo, en su
propio entorno —de hecho, dejó inconclusa una, cuyo
título, La escalera,remite al escenario de la pensión de
la calle Bonaire en la que vivió durante mucho tiempo
mientras residió en Valencia— y con su articular forma
de vivirla alimento sus poemas.
En la escena no observamos a ningún solícito
camarero, no intuimos susurro alguno o el tintineo lejano de unos vasos de vino, lo que nos incita a
pensar que la conversación sobre el éxito o el fracaso,
sobre el azar o el destino, sobre lo divino y lo
humano ha espirado, que los amigos poetas, los
compañeros de tertulia, afiebrados de entusiasmo,
fantaseando sobre sí mismos, ya se han retirado a sus
aposentos con propósitos literarios renovados: nuevos
poemas, proyectos literarios, revistas literarias, Proel,
Corcel,un futuro más generoso que a él, tan joven le
estará vedado. Pero eso aún no lo sabe. El rostro
atestado de intuiciones del poeta José Luis Hidalgo
que contemplamos nos atrapa hasta tal punto que nos
hace olvidar lo que vemos en segundo plano. Es un
retrato de alguien que, dentro del ensimismamiento,
permanece pensativo pero esperanzado, porque basta
dar con la palabra adecuada para terminar un poema,
para alegrar la vida, aunque, como le sucede a
cualquiera, su mirada, ahora ahíta de pensamientos
profundos, cambiará en el momento exacto de su
muerte.
Por el ventanal se filtra la luz ya enferma de la tarde
declinante incidiendo sobre la espalda del poeta que
aguarda no sabemos qué. Su gesto nos incita a pensar
que algo pasa por su mente, algo que le mantiene
absorto, con la mirada perdida, acaso un vago
relampagueo de un futuro impropio de su pasado.
Impecablemente vestido en su modestia, peinado y
rasurado con esmero pero ajeno a sí mismo.
Acompañado por algunos volúmenes que, a juzgar por
su grosor, no son esta vez de poesía. Nos atrevemos a
especular sobre su género ¿arte, filosofía? Novela no,
Hidalgo no era un gran lector de novelas, la novela que
le interesaba la llevaba dentro de sí mismo, en su
propio entorno —de hecho, dejó inconclusa una, cuyo
título, La escalera,remite al escenario de la pensión de
la calle Bonaire en la que vivió durante mucho tiempo
mientras residió en Valencia— y con su articular forma
de vivirla alimento sus poemas.
En la escena no observamos a ningún solícito
camarero, no intuimos susurro alguno o el tintineo
Miguel Delibes en el río Besaya
Rafael Fombellida
Miguel Delibes ha llegado hasta Torrelavega desde el
valle de Iguña, en donde veranea. Aparca en cualquier
sitio su 1.400 negro, baja, pide un café cargado en el
Gimnástica, en el Recreo, en el Marbella. Enciende un
cigarrillo sin filtro. Pasea. Nadie lo reconoce. El paisanaje
avanza apresurado con sus inercias y sus mercancías,
camisas remangadas, estampados de flores. Fortuna de
ser nadie en un lugar de nadie, reflexiona. Fortuna la de
ser un evadido, un huido de sí. Sentirse liberado de
vínculos y tramas en la calina vaga de una ciudad
ardorosa de sol y de aire seco. Camina como enfundado
en otra piel. Deambula escindido, mirando de soslayo el
propio rostro reflectado en los rasgos de los otros. Su
mente se apelmaza, se desintegra. No es andar radical el
que le guía hasta el río, como el de Le Breton o el de
Thoreau. Es un dejarse ir semiinconsciente y ajeno a la
imposición del movimiento. Es el hechizo de la dilación,
como un desasimiento progresivo de cuanto fluye.
Miguel Delibes mira sin extrañeza alguna ese raro
milagro del río demorándose. Todo vive sin vértigo,
cautivo de un presente persistente, de un estar
inmutable. El aire es solo un halo cristalino. El ser se ha
suspendido como página en blanco.
Pero alguien se acerca y lo hace en el Tiempo. Y debe
despertar.
Fray Francisco Coello y J. M. Subirachs
Mónica Álvarez Careaga
Damián Flores pinta en gris, el color del hormigón, a
los autores del colegio Nuestra Señora de la Paz de
Torrelavega, construido por la congregación de los
Sagrados Corazones en 1965. Obra del arquitecto
dominico Francisco Coello de Portugal (1926-2013),
el colegio se despliega sobre un terreno complejo
creando un secuencia de ambientes, cual proceso de
formación —desde la infancia hasta la
adolescencia— vivido por numerosas generaciones
de muchachos torrelaveguenses que recibieron aquí
educación católica.
Se debe a Josep María Subirach (1927-2014) la
decoración escultórica del edificio, austera e
impactante. La palabra “paz” se convierte en motivo
decorativo abstracto inscrito en la fachada mediante
el trabajo de encofrado del hormigón y se
transforma: paz, pax, zap… como en un juego
infantil.
Ricardo Lorenzo
Mónica Álvarez Careaga
Damián Flores recrea en este retrato la figura del
gran arquitecto torrelaveguense Ricardo Lorenzo
(1927-1989). Esta mirada confiada y soñadora evoca
a una persona de enorme talento y tímida, según
cuentan sus amigos. El arquitecto formado en
Barcelona que regresó con la modernidad bajo el
brazo.
En Torrelavega realizó obras muy significativas,
como el Círculo de Recreo del bulevar, pero el
pintor elige, entre tanta obra importante, una
necesitada de protección: la iglesia de San Miguel
Arcángel de Campuzano, construida entre 1961 y
1968 con planta ovalada y baptisterio separado,
logrado ejemplo de arquitectura orgánica
Unamuno en el Café Moderno
Mario Crespo
Agosto de 1923. Unamuno pasa por Torrelavega.
Visita al doctor Bernardo Velarde en su residencia de
Tanos. El Refugio, se llama. Hay fotos con su mastín
Barry, recostado el maestro en la entrada como un
viejo emperador. Pero los ojos siempre atentos.
Descanso pocas semanas antes de la conmoción del
exilio. Quedará Tudanca, peñas arriba: el fraseo de las
campanas eternas, los artículos para La Nación de
Buenos Aires, la reconfortante jila cerca de la lumbre:
ahí la intrahistoria por escribir.
Para en el Gran Café Moderno. Se sienta. Jesús
Bilbao, doctor Madrazo, Federico Santander, José
María de Cossío. Como es habitual, monopoliza la
tertulia: solo habla la España culta y solitaria,
sangrante y precursora
Teatro Concha Espina
Mónica Álvarez Careaga
Hubo una época en la que el cine fue la principal
actividad de ocio para las familias, los jóvenes y los
enamorados. La ciudad de Torrelavega, con una
población de 30.000 habitantes, inauguró en 1959 el
extraordinario cine Coliseum Concha Espina con
aforo de 1.500 butacas. Se proyectó la película
americana “El mundo es de las mujeres”.
En esta imagen intrigante el pintor Damián Flores
rinde homenaje al poder del cine, a su misterio. Un
hombre se gira para contemplar un coche,
posiblemente el elegante “Simca Vedette”. ¿Se trata
de un chofer esperando a una estrella a la salida del
estreno?
El espectador
Carlos Alcorta
La postura del espectador delata cierta desolación,
como si el la película que acaba de finalizar —la sala
está ya vacía, aunque aún se puede respirar el aire de
misterio que ha inmovilizado en los asientos a decenas
de almas durante hora y media— hubiera dejado una
fisura abierta, un enigma indescifrable que las luces de
los trucos de la narración no consiguen disimular. Sus
pasos se han detenido en el pasillo alfombrado, en un
lugar de nadie, como si la realidad hiciera un
paréntesis. No me resulta difícil reconocer a mi futuro
padre, endomingado, elegante, preguntándose por el
porvenir que le espera, observando, como si fuera un
espejo semitransparente, en la pantalla dos mundos
superpuestos: a este lado la realidad, terca, retorcida,
insoportable a veces; de lado oscuro, del envés, la
fantasía, la compasión, la esperanza.
¿Hacia dónde le
conducirían, se pregunta, esas carreteras secundarias
si decidiera huir? Es solo una ráfaga del pensamiento
porque sabe que debe hacer frente a sus
responsabilidades
Es un hombre con principios, no
un cobarde sin escrúpulos como el que ha acabado
tendido en el asfalto, agonizando, vencido por el
plomo y por el peso de la culpa después de una
enloquecida persecución.
La luz que ilumina las
hornacinas parece provenir de un sol en ascenso
porque inscribe alargadas sombras en los respaldos de
los asientos, sombras que, sin duda, van poblando su
mente. Yo me pregunto mientras escribo si con este
cúmulo de evidencias puedo hacer frente a esa cruel
constatación de que las repeticiones son parte
imprescindible de nuestra existencia. Al fin y al cabo,
la sala está vacía hasta que comience la próxima
sesión, como si fuera un nido abandonado por las aves
migratorias hasta su regreso.
Cargadero de Hinojedo
Carlos Alcorta
Navegaban lentamente, con la cadencia propia de un
desahuciado, por la ría de san Martín cuando subía la
marea mientras nosotros brincábamos sobre las olas
que lamían nuestros pies, construíamos castillos de
arena o jugábamos al futbol aprovechando la
refrescante brisa matinal —más bien intentábamos
jugar— con un balón de playa, volátil, inconstante,
de colores llamativos, regalado por alguna firma
comercial de entonces,. Recuerdo especialmente uno,
un carguero bautizado con el nombre de Mercadal,
quizá porque ese era el nombre del pueblo donde
nació mi abuela materna. Transportaba calamina, un
metal cuyo nombre carecía para mí del prestigio de
otros como el níquel o la pirita, que acariciaban mis
oídos y despertaron, a buen seguro, mi gusto por el
sonido de algunas palabras. Acarreaban bordeando la
costa Cantábrica toneladas de metal extraído de las
cercanas minas de Reocín desde el cargadero de
Hinojedo hasta lugares que yo ni siquiera podía
imaginar entonces. Con el tiempo, aquellas
embarcaciones maltrechas, con el casco carcomido
por el salitre y el óxido, fueron desapareciendo del
horizonte y de mi memoria, aunque, de vez en
cuando, la máquina del tiempo funciona en sentido
inverso y me convierto en un grumete entusiasta y
temerario que recorre los mares del mundo en las
páginas de un libro desde el salón de su casa.
Noche en La Lechera
Mónica Álvarez Careaga
En 1895 adquiere Torrelavega rango de ciudad y
cuatro años mas tarde, tras la pérdida de Cuba, se
inaugura una fabrica para procesar azúcar de
remolacha dotada con máquinas enormes llegadas de
Alemania y una chimenea de 50 metros que dio
trabajo a 300 obreros hasta 1914. En 1926 la empresa
de Pablo Garnica “Lechera Montañesa” se instala aquí
para fabricar, entre otros productos, la leche
condensada “El niño”, de la que se vendían 25.000
unidades diarias. Datos dulces que nos recuerdan el
alma industrial de Torrelavega, que contaba con el
agua del río, la caliza próxima, la productividad
ganadera y la centralidad provincial para atraer y
crear riqueza.
“La lechera” fue meritorio escenario de ferias
comerciales en el último cuarto del siglo XX y hoy
espera entre sombras un nuevo amanecer. Así lo
expresa Damián Flores en su pintura.
El hombre de la mesa
Rafael Fombellida
Quien transporta una mesa también lleva, sobre los
hombros y a su modo, el tablero del mundo. Podría
parecer desorbitado lo que digo, y quizá haya de
serlo. Pero, sedente o apoyado en una mesa, ¿quién
no ha dispuesto, dudado, decidido, escrito, firmado,
además de otros múltiples y consuetudinarios actos?
La mesa es superficie testifical de vida, lugar en
donde el ser denota equilibrio o desorden, donde se
posa a sí posando cada cosa. Es la mesa extensión
habitada, conquista evolutiva. Civilizado objeto
hecho para el alcance de las manos, por el quehacer
inteligente de otras manos. Es el suelo que ha sido
diseñado para situar la mente. Es la mesa estructura
metafísica
Listado de las obras contenidas en la Exposición Lugares de la memoria Torrelavega:
Sombras. 2019. Óleo sobre tela. 40 x 40 cm
Cargadero de Hinojedo. 2019. Óleo sobre tela. Ø 50 cm.
Torrelavega 1930. 2019. Óleo sobre tela. 35 x 55 cm
Radio ONDAS. 2019. Óleo sobre tela. 35 x 50 cm
Modiano en Torrelavega. 2019. Óleo sobre tela 55 x 38 cm
La Virgen Grande. 2019. Óleo sobre tela. 50 x 40 cm (ovalado)
Minas de Solvay. 2019. Óleo sobre madera. 26,5 56 cm
El tren minero. 2019. Óleo sobre madera. 26,5 x 56 cm
El hombre de la mesa. 2019. Óleo sobre tela. 38 x 55 cm
Chimenea. 2019. Óleo sobre tela. 55 x 33 cm
El hombre fulminado. 2019. Óleo sobre tela. 55 x 38 cm
Cine Avenida. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 55 cm
Iglesia San Miguel de Campuzano. 2019. Óleo sobre tela. Ø 50 cm
Noche en La Lechera. 2019. Óleo sobre tela. 38 x 46 cm
La fábrica parada. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 46 cm
El espectador. 2019. Óleo sobre tela. 35 x 55 cm
Ricardo Lorenzo. 2019. Óleo sobre tela. 50 x 46 cm
Iglesia del colegio La Paz. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 46 cm
Faro de Suances. 2019. Óleo sobre tela. 35 x 55 cm
Amanecer. 2019. Óleo sobre tela. Ø 30 cm
Traction Avant. 2019. Óleo sobre tela. 61 x 33 cm
Unamuno en el Café Moderno. 2019. Óleo sobre tela. 46 x 55 cm
Teatro Concha Espina. 2019. Óleo sobre madera. Ø 100 cm
El camino a casa. 2019. Óleo sobre tela. Ø 40 cm
Horno San José. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 46 cm
Miguel Delibes en el río Besaya. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 55 cm
José Luis Hidalgo. 2019. Óleo sobre tela. 33 x 46 cm
Fray Francisco Coello y J.M. Subirachs. 2019. Óleo sobre tela. 41 x 46 cm
Aquí podéis descargar el PDF de la exposición «Lugares de la memoria Torrelavega»
Gracias a todos los que han colaborado en esta exposición.
José Manuel Cruz Viadero
Alcalde del Ayuntamiento de Torrelevega
Cristina García Viñas
Concejala de Cultura del Ayuntamiento de Torrelevega
Ángeles Gómez de Dios
Responsable sala Mauro Muriedas
Comisario
Juan Riancho
Montaje
Salvador Ranero
COACAN
Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria
Y la colaboración de la galería Siboney de Santander
Esta exposición «Lugares de la memoria Torrelavega cuenta con la colaboración del Excelentísimo Ayuntamiento de Torrelavega (Cantabria)
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