LA GALERÍA PERSONAL DE DAMIAN FLORES
Probablemente, y empleo el adverbio más por prudencia y cortesía que por convencimiento, el retrato es uno de los géneros esenciales, incluso diríamos fundacionales, de la pintura, que arranca con los maravillosos rostros de las momias de El Fayum.
Pero también son parte esencial de las colecciones contemporáneas a partir de las galerías de pinturas y las wunderkammer, en las que la galería de retratos –formadas por imagenes de personajes histórico, religiosos o referentes culturales– era una de las secciones imprescindibles junto a las llamadas rara naturalia, curiosa artificialia y la dedicada a las antigüedades.
Un largo recorrido, que es el de la propia pintura, y que lleva de los retratos muy regulados y convencionales de las paredes egipcias y de los más libres murales pompeyanos, a los trabajos realizados por Andy Warhol, Lucien Freud, Francis Bacon o Alex Katz, dejando entre medias las piezas realistas y enérgicas del arte flamenco y germánico, la delicadeza de las escuelas italianas, la elegancia de Velázquez y Van Dyck la sensualidad de Watteau y el rococó, la formalidad de Reynolds, la audacia de Goya, la exactitud de Ingres, la ensoñación de Whistler o los nuevos impulsos creativos que convierten al retrato en otra cosa a partir de los impresionistas. Un periodo el del siglo XX que, visto ahora con perspectiva, desmiente que se produjera la que Pierre Francastel definía en términos pesimistas “disolución del género”.
En este recorrido, el retrato ha variado desde la exclusiva búsqueda de la imagen fiel del modelo, a la interpretación por parte del espectador y a la supeditación de la semejanza a la creación pictórica
El retrato siempre fue un género pictórico que a menudo tuvo mucho de solemnidad por la categoría del retratado, preocupado siempre por ser inmortalizado con los atributos de su condición social, tanto que a veces transforman u ocultan al personaje, al que se imponen.
Iranzu 30×20 Lápiz sobre papel
Los hay míticos dentro de un género en el que hay casi tantos subgéneros como retratos –reales, nobiliarios, institucionales, religiosos, escritores…–, aunque en realidad se pueden resumir en dos tipos: públicos y privados, incluyendo entre ellos los siempre sugerentes autorretratos.
Una especialidad esta menos convencional al no estar sujetas de manera rígida a normas y recomendaciones que acompañan la representación del retratado.
Aunque se puede considerar que el retrato no ha sido el género más practicado por Damián Flores, no es ni mucho menos un tipo de pintura que sea ajena a su actividad artística. Al contrario, desde fechas tempranas su interés por la ciudad y la arquitectura se ha alternado en las exposiciones con los retratos de personajes vinculados a las dos actividades que determinan su pintura: la arquitectura y la literatura, y no necesariamente por este orden.
Este interés por el personaje se ha desarrollado de manera expresa e independiente en la serie de homenajes en forma de retratos dedicados a un grupo de escritores que podríamos decir forman la biblioteca personal del propio Damián Flores. Es un amplio grupo que va de Josep Pla a Miguel Torga, pasando por su muy admirado Luis Cernuda o Manuel Chaves Nogales, Arturo Barea, Benito Pérez Galdós, Curzio Malaparte, Josep Pla, Rafael Alberti, César González Ruano, Ramón Gómez de la Serna, Miguel de Unamuno, Azorín, Joseph Roth, Arthur Koestler, Miguel Delibes, Claudio Rodríguez, Jorge Luis Borges, Gonzalo Torrente, Ballester, Franz Kafka, María Teresa León, Louis Aragon, Máx Aub o Paul Morand, por citar solo algunos de los escritores pintados y admirados por el artista, pues sin entrega no hay retrato verdadero. Y es que como decía Eugenio d’Ors al referirse a la vista del Museo del prado, Flores lee y mira para admirar. Y eso se nota en su pintura
Con estas obras de Damián Flores estamos ante una versión moderna de las galerías de retratos que aparecieron en los comienzos de la modernidad con las primeras colecciones de pintura. Este interés del artista por el retrato se ha revelado en exposiciones como El viaje y el escritor o en las dedicadas al cine, aunque en la última década este género pictórico ha estado presente con un protagonismo creciente en varias de sus muestras como las dedicadas a Curzio Malaparte, Ramón Gómez de la Serna o las titiladas Lugares de la memoria: Torrelavega –imprescindibles aquí los retratos de Unamuno, Ricardo Lorenzo y José Luis Hidalgo– y Geografía Modiano en la que desatacaba el tondo “Sylviane Quimfe y sus amigos”, que es un retrato coral de interés
Derecha (Iranzu 30x2o Lápiz sobre papel)
En la obra de Damián Flores no podían faltar los retratos de los arquitectos como complemento de sus exposiciones, en las que predominan como es sabido la urbe, la construcción y la literatura. La presencia y el edifico como protagonista de sus pinturas se alternan a modo de contrapunto con los retratos de personajes que son referentes como Le Corbusier, de quien siempre se ha mostrado muy partidario, al igual que Fernando García Mercadal, Luis Gutiérrez Soto, Adolf Loos o el ingeniero Eduardo Torroja. En ellos se combina con frecuencia el interés por el personaje con otros elementos que le son complementarios e inseparables y que le contextualizan. En este caso estamos ante tipo de retratos-contexto, pues el entorno que define al personaje a veces se incluye en el cuadro formando parte de la imagen del retratado, como sucede con el dedicado a Eduardo Torroja en el Hipódromo de la Zarzuela o Luis Gutierrez Soto ante el Bar Chicote.
En estos casos los elementos que rodean al protagonista son parte de su personalidad, como la versión de un retrato fragmentado. Otra cosa es el dibujo, una especialidad en la que Flores ha practicado con frecuencia el retrato con dedicación, originalidad y brillantez. Los ejemplos abundan en sus exposiciones –recuerdo ahora uno magnifico de Jorge Luis Borges, cilminacion de una seri de ejecucion original– y aún más en las muestras monográficas dedicadas a esta técnica como Dibujos de cine, en la que los retratos son el género dominante. Todo ello culmina, con criterios más innovadores, en la exposición de dibujos 25+1 Retratos, dedicada a escritores venezolanos y celebrada en Caracas recientemente.
Hay que recordar que la trayectoria de Damián Flores como retratista tiene en la exposición valenciana Homenajes y retratos una suerte de antológica del género en su pintura, correspondiente a los años anteriores a 2004. En estas obras expuestas en el Colegio Mayor Doctor Peset –en el que hay un mural pintado por Flores dedicado al médico valenciano–, se encuentran los rasgos esenciales del retratismo en la obra del artista. Tanto los modelos –arquitectos, escritores, pintores, amigos o familiares– como el tipo de retrato realizado, en su mayor parte de los que podríamos llamar contextuales, son las características dominante d¡de esta especialidad en la obra de Damián Flores hasta ese momento.
Sin embargo, los retratos realizados por el artista que forman esta Galería Personal, realizados en los últimos años, tienen rasgos formales y conceptuales muy diferentes de los anteriores. En este caso la novedad es que predominan los retratos de carácter íntimo, personajes del ámbito más privado y cercano al artista, lo que les da un carácter diferente. Se trata de trabajos muy personales y próximos pues los protagonistas son los miembros de su familia, concretamente su mujer y sus tres hijas, a las que se añaden sus autorretratos.
Son todas ellas unas obras que no responden más que a criterios de interés por el retratado y por la pintura. Dos elementos que son los que les hace tan novedosos como interesantes. Esta galería de retratos se puede contemplar también como una muestra de la actividad profesional de Flores, como un ejercicio de estilo equivalente al realizado en Roma por Velázquez al retratar a su criado Juan de Pareja “para hacer mano” ante el desafío que suponía el encargo del retrato del Papa Inocencio X.
En la obra de Damián Flores, artista también con estancia romana, ya había precedentes de estos retratos personales, de estos ejercicios de creación, al haber pintado a lo largo de su carrera a sus padres y a varios amigos, así como al realizar no poco encargos, aunque en este caso fueran más convencionales que innovadores. Ahora, en las obras que forman esta Galería Personal, la pintura de Damián Flores se despoja de los elementos que caracterizaban a sus habituales retratos homenaje, pues en esta serie dedicada a Arantxa, y a sus hijas Cloe, Iranzu y Nahia, se atiende exclusivamente al retratado, a cuestiones personales e íntimas procedentes del afecto, pero también a otras de carácter artístico; una combinación que es la que impulsa estas obras y les da su esencia.
En esta Galería Personal, que lo es por familiar, obviamente lo que predomina es la proximidad al retratado. Una cercanía que, y eso lo destacable, se traduce artísticamente en libertad de ejecución, un asunto que se convierte en el rasgo dominante. En estos retratos personales destaca sobre todo el interés por el personaje pero también la novedad en la composición y en el formato, pero sin abandonar un rasgo común a prácticamente todos ellos: la cercanía e intensidad que proporciona el empleo del primer plano en la mayor parte de los retratos.
En la obra de Damián Flores no podían faltar los retratos de los arquitectos como complemento de sus exposiciones, en las que predominan como es sabido la urbe, la construcción y la literatura. La presencia y el edifico como protagonista de sus pinturas se alternan a modo de contrapunto con los retratos de personajes que son referentes como Le Corbusier, de quien siempre se ha mostrado muy partidario, al igual que Fernando García Mercadal, Luis Gutiérrez Soto, Adolf Loos o el ingeniero Eduardo Torroja.
Derecha Nahira 30×20 Lápiz sobre papel
En ellos se combina con frecuencia el interés por el personaje con otros elementos que le son complementarios e inseparables y que le contextualizan
En este caso estamos ante tipo de retratos-contexto, pues el entorno que define al personaje a veces se incluye en el cuadro formando parte de la imagen del retratado, como sucede con el dedicado a Eduardo Torroja en el Hipódromo de la Zarzuela o Luis Gutierrez Soto ante el Bar Chicote.
Que en casi todas estas obras el rostro ocupe la totalidad de la superficie, es sin duda un ejemplo de la atracción que ejerce la fisionomía, pero también es la muestra de una idea del retrato que solo atiende a la creación. Por otra parte, el hecho de que el formato predominante sea pequeño, en algunos casos casi con aire de miniatura flamenca, también es un ejercicio de creatividad, de búsqueda de un tipo de composición inhabitual en el género. Así, el impacto que produce el rostro al ocupar la totalidad de la superficie del soporte, sin concesiones a otros elementos que no sean los rasgos del retratado, se traduce en un efecto de monumentalidad y novedad.
A veces estos retratos, especialmente los de plano más próximo, tienen algo de fotograma cinematográfico, de enorme anuncio publicitario que de manera obsesionante domina la ciudad desde una enorme fachada. Una semejanza que señala la modernidad de estas obras y la capacidad del artista para adaptar el género a criterios actuales.
El resultado de este trabajo es un grupo de obras de gran originalidad sea por el encuadre escogido, todos lejos de los habituales, sea por la proximidad o la originalidad en la resolución. Aún más audaz se muestra el artista en sus autorretratos, en los que el detalle se impone a la totalidad, en una confirmación del dicho azoriniano según el cual un pormenor indica el todo. Son autorretratos libres, ejecutados con soltura y comodidad, a veces como un juego de variaciones, de retrato múltiple y fragmentado.
Esta Galería Personal es sobre todo un despliegue de capacidades y un ejemplo de la madurez de un artista que vuelve, como hace con los paisajes belalcazareños o alaveses que pinta de vez en cuando, a la esencia de la pintura, al género más clásico de este arte. Es un viaje, una especie de eterno retorno periódico a ese clasicismo que no pasa sino que se renueva, aunque sin dejar de lado la obsesión constructiva, la arquitectofilia y sobre todo la ciudad metafísica que le inspira.
Por el encuadre empleado –son planos muy cercanos, a veces casi planos detalle– se podría decir que esta reciente Galería Personal de Damián Flores es como una versión moderna de los citados retratos de El Fayum, a veces pasados por la Nueva Objetividad. Una coincidencia que produce una sensación de familiaridad pues muestra como a través de dos milenios en los que se ha creado y desarrollado la pintura, hay asuntos que permanecen prácticamente inalterables, es decir, clásicos, como el retrato, la eterna fascinación por el rostro y el hombre.
Diríamos que con su reciente y personal galería de retratos, Damián Flores desmiente a Pierre Francastel ya en otro siglo.
Fernando Castillo
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